Franklin Castro Ramírez
¿No hay cafeeeé?, era la pregunta que a voz feriada realizaba Charles Petterson, cada vez que bajaba al pueblo, allá cuando el calendario frisaba los noventas. En aquella época en San Rafael de Paquera generalmente era invitado a tomar la popular bebida, que el estadounidense gustaba consumir casi más que la misma agua. No es de extrañar, pues somos muchos los que no podemos pasar un día, sin saborear el famoso producto a base del también llamado grano de oro.
Rememoro la escena, pues actualmente son varias las instituciones y entidades, que ponen a la disposición de los clientes un cafecito, para hacer más agradable la espera. El gesto se agradece, aunque si uno se programa para varias gestiones, puede que termine con una sobredosis de cafeína, que tampoco genera mayor problema, salvo que la noche se haga más larga de lo normal. A mi, no me afecta.
Sin embargo, hace algunos meses la crisis golpeó la invitación al café. Al menos eso sucedió en el Banco Popular en Paquera, en donde antes mientras uno hacía cola -¡vaya que hay que esperar a veces!-, confrontaba el frío del aire acondicionado, con la cálida bebida. Además, hacer tiempo siempre da cierta sensación de impaciencia y el café, ayuda a manejarla. Pero ¡Ya no hay café!.
En otras entidades como Coopeguanacaste, el acueducto y el ICE, también en Paquera, aún mantienen la cortesía. No se si pronto seguirán las políticas de recorte presupuestario que hizo la entidad bancaria, pero lo cierto es que una cosa tan simple (pareciera) como un café, genera cierto grado de empatía. Al menos da espacio para compartir, para sentirse parte de y no un simple cliente. No sé a usted, pero eso me sucede a mi.
Veinte años después ya Charles no baja al pueblo y no se escucha aquella voz diciendo ¿No hay cafeeeé?. Quizás usted piense ¿Qué tacaño!, ¿por qué no ir a un restaurante?. –pero el punto del tema no es ese-. Es hacer de la espera un placer y el café se acerca a ese objetivo. Pero no todo es negativo, pues el banco internamente se ve más agraciado (…). Al menos la espera –debo reconocer-, con un trato amable y una sonrisa cálida, sustituye la ausencia de la estimulante bebida. ¡Vale intentarlo!.