Franklin Castro R.
01 de julio 2011. Aunque el tiempo avanza inexorablemente, quienes llegamos a los nuevos veintes, estamos viviendo una versión mejorada de los primeros. Y es que en los inicios de los noventas no habían tantas novedades tecnológicas, las chicas eran más discretas (lamentable) y nosotros no íbamos al gimnasio. De aquellos primeros veintes, solo conservo dejos de timidez. Así, la vida sigue.
Justo en esta nueva fase existencial decidí acudir al gimnasio, con el claro objetivo de obtener los múltiples beneficios de esa actividad (son muchos, usted debería animarse). Claro, el principio no fue muy fácil, pues me correspondió afrontar el miedo escénico, al tener que iniciar con rutinas suaves junto a otros que se desgastaban alzando pesas de mayor volumen.
Me decidí por las mañanas, pues a esas horas estaban las féminas, amigas de hace rato (aunque –la verdad- junto a las chicas me sentía como un “carajillo”). A pesar de que a veces no era fácil sobrevivir a ellas (por las bromas), lo más incómodo de comenzar fue tener que lidiar con una pelota color naranja, tan grande como la que tenía el cachetón de Quico, en la serie El Chavo del Ocho de Televisa.
Bien me decía Georvis Jiménez, que coincidió conmigo en que la pelota era degradante para nosotros los hijos de Adán. Mientras nuestras estimables amigas Carmen Porras y Roxana Quirós levantaban pesas, en reiteradas ocasiones a nosotros nos correspondía tomar la pelota y moverla de derecha a izquierda con los brazos extendidos, como si fuéramos robot. ¡Qué oso!.
No se si será machismo, pero pienso que tener que prensar el obeso esférico con las piernas casi un centenar de veces, es una rutina humillante. Como si fuera poco un día la pelota se enteró de mi desencanto y en un ejercicio de abdominales, me mandó (como diría “Cañero”, pero en versión culta) a conversar con el concreto. Desde ahí, casi no volvimos a encontrarnos.
Ahora cada tarde, la observo de soslayo, deseando que a Kelvin Camareno (el instructor), no se le ocurra hacerme pasar por el trance de la esfera. Asisto con el grupo de hombres de la élite y aunque esté lejos de ello, siento la sensación de que subí de nivel y que ya no haré el ridículo con la pelota. Estamos para grandes cosas y esa bola, sinceramente nos baja de categoría.