Franklin Castro R.
La mañana lucía soleada después del segundo aguacero de mayo, cuando una señora de años gastados, llegaba a Paquera cargada de cosas supongo para vender. La viejecita de pelo cano caminaba despacio y aunque la conozco desde años, no quise preguntarle como estaba, pues la respuesta era obvia. Escucharla dolía.
Antes, allá a finales de los ochentas tenía consigo a una hija y un monito de mascota. Ahora, está sola y lo expresa su caminar, siguiendo un rumbo sin brújula, ante la indiferencia de la sociedad, del Estado, de muchos de esos que se pasan la vida en la iglesia, pero que no puntualizan sus prédicas con acciones.
Viene otra campaña electoral y la historia será la misma. Gente que cambia de partido y presume que el que respalda es la mejor opción, otros que se asían a la tradición, pero argumentando que con el nuevo candidato el país irá a mejor puerto. Todos pululan buscando votos y prometen la luna y las estrellas, cual novio en tiempo de conquista. Otra vez ofrecerán casas para los más desposeídos, pensiones para quienes la merecen (y que no tienen por qué estar rogando).
Ya han pasado varias campañas electorales y la señora de la historia sigue sin pensión y sin casa. Ella no tiene quien la respalde, mientras otros incluso han conseguido vivienda del Gobierno y no la utilizan, algunos, dicen, que hasta la alquilan.
Con los que viven pidiendo sin necesidad real, pasa que nadie dice nada, pues talvez votaron por el que ganó y anduvieron suplicando votos para el candidato, entonces eso le da “el derecho” a tener casa aunque haya otros que la necesitan más que ellos. Así vemos viviendas donadas, con full equipo de sonido, con antena parabólica, carro al frente y celular de la última tecnología.
Mientras nuestra humilde señora apenas tiene un medio techo, un bombillo para iluminarse y para comunicarse un teléfono público a cierta distancia de donde vive. Como ella hay muchos casos, pero son invisibles para esos aspirantes a políticos, que una vez en el puesto se sumen en la amnesia.
No les interesan porque ellos no ayudan a conseguir votos, no les importan porque tienen canas y su piel está arrugada. Que triste, que sean tan egoístas y que la sed de protagonismo, los haga tan vacíos e insensibles. Esos que nos sonríen más, cuando se acerca el primer domingo de febrero cada cuatro años, que montan en su carro al humilde, pero después de las elecciones le echan polvo.