Después del cansado recorrido y previo a la transmisión de Antena Peninsular, reposamos unos minutos en una hamaca.
Franklin Castro R.
La naturaleza retomó sus dominios y el paisaje distante desapareció con el tiempo. Cuando inicié el recorrido, añoraba encontrarme algo que me recordara puntualmente aquel lugar, al que una vez llegué de visita hace muchos años. Pero la realidad al igual que la ruta utilizada esta vez fue diferente. Todo cambia con el paso de los años y aquí no fue la excepción. La tierra está viva.
Fue el tercer sábado de febrero 2016, cuando junto a nueve personas de la comunidad y miembros del Acueducto de Paquera, iniciamos un recorrido hacia la naciente que abastece a gran parte del distrito de Paquera. El Tigre, se llama en alusión a una quebrada del mismo nombre. Desde ahí el preciado líquido viaja varios kilómetros abajo para abastecernos a todos.
Encontrarnos con la casa de la antigua Finca del Dr. Lobo, hoy La Tarántula Negra, representó un regresar en el tiempo. Pero el recorrido contracorriente por el Río Guarial fue algo inolvidable. También para el cuerpo que necesitó su tiempo para reponerse de tan fuerte caminada, a veces por el cauce empedrado y otras por la montaña que bordeaba al Guarial.
Así en donde menos lo esperaba nos encontramos con los cimientos de lo que fue la casa de don Franklin Garita, allá en Quebrada Bonita de Paquera. Recuerdo que mi anterior llegada a ese lugar había sucedido en los ochentas, cuando en compañía de un amigo salimos desde San Rafael atravesando la montaña. Íbamos a hacer un mandado. Para entonces allá habitaba una numerosa familia.
De aquella visita –la primera- recuerdo que el regreso fue toda una odisea, pues nos alcanzó la noche y tras de eso los perros que nos acompañaban caminaban asustados, ante el sonido de un animal que creíamos que era un tigre. No sé si eso nos desorientó, pero el caso fue que al bajar no estábamos en San Rafael, sino en Cerro Bonito, allá donde vivía don Zenón Jiménez.
Treinta años después solo el piso de cemento sobresalía entre la vegetación, que ya se había posesionado del entorno. Algunos postes pintados de negro y alineados en una misma dirección insinuaban que alguna vez ahí hubo un corral. Una cocina y una pila abandonada, me hizo casi percibir el olor del café que incontables veces chorreó doña Flor María Quirós González (+).
Así y luego de algunos segundos, en los que aproveché para nutrir mis recuerdos, seguimos el recorrido hasta el Salto de los Garita. Ahí a un lado de la catarata estaba la naciente con la que don Franklin creó su propio acueducto. Llevar el agua desde ahí hasta la casa no fue trabajo fácil. Algunos retazos de tubos aún recuerdan aquel esfuerzo. Más hoy la naturaleza retomó sus dominios y el paisaje distante desapareció con el tiempo.
Muy buena, Franklin, me gustó! Ojalá podas escribir más cuentos como esto!