Franklin Castro R.
La prenda interior utilizada por la reina Victoria Regina, allá por la última década del siglo XIX (1890), se exhibe en Londres, Inglaterra. Los trapos íntimos tienen una cintura de 142 centímetros, que en nada se asemejan al talle de avispa (51 cm.) que poseía la reina cuando estaba en la flor de su juventud.
Sin embargo, después de haber procreado nueve hijos su fisonomía cambió; eso es lógico y entendible en toda su extensión. Según la prensa internacional, la prenda fue comprada por la suma de 993 dólares (casi ¢600 mil) y ha sido agregada a la Colección Británica Real de Vestimentas Ceremoniales en el Palacio de Kensington.
Los calzones de la reina, eran una especie de pantalones cortos, que prácticamente llegaban a las rodillas. No eran ajustados y para nuestro gusto, no creo que se le vean sexy a ninguna chica en la actualidad, pues más se parecen a los calzoncillos utilizados por nuestros abuelos en la mitad del siglo pasado.
Pero aparte de esas consideraciones, pienso que la exposición de la intimidad real se justifica, pues en estos años difícilmente se fabriquen prendas interiores de esas características, aunque doña Florinda en el programa El Chavo del Ocho, los utilizaba allá por los años setentas y los exhibía en el tendedero colectivo de la vecindad.
En nuestro país –ahora recuerdo-, también los utilizan las muchachas, pero como vestuario complementario de los bailes típicos, en donde las largas faldas de colores brillantes revolotean alegremente. Así era hasta años recientes, aunque no sé si ya las chicas dejaron la tradición y ahora utilicen la cómoda, fresca y fina lencería que impone la moda.
Si así fuere, estaríamos variando los conceptos tradicionales del vestuario de los bailes folclóricos y en ese sentido, entonces deberíamos exhibir, como en Londres, nuestros calzones típicos.
Hoy recuerdo aquellos pantaloncillos casi a la rodilla, que una compañera usó para un viaje al río, aquella vez que el grupo se escapó de clase, en nuestros años de secundaria. Eran tan largos como los de Londres. Pero le quedaban ajustados y resultaron agradables a la vista. Estábamos en los ochentas y aún no había llegado el destape.