Franklin Castro Ramírez

Una mañana de estas le dije algo a una funcionaria de una entidad de salud, relacionado con sus funciones (respecto a una cita de una familiar) y ante su silencio le repetí lo dicho y cual no fue mi sorpresa de que en tono descortés me respondió: Ya le oí. El suceso ocurrió fuera del área de trabajo, por lo que quizás pequé de inocente al pensar que a la fulana se le podía abordar fuera de su “consultorio”.

Yo la conozco desde hace muchos años, cuando como dicen no era “nadie” y ahora por lo visto tiene aires de grandeza, solo porque es funcionaria pública. ¡Dios!, hay cada árbol torcido en este mundo, que sería mejor cortarlo para evitar que aplaste a quien pase a su lado.

También conozco a una Mensajera del Señor que cuando llega a predicar su religión (no católica) es una dulzura, pero en su trabajo es otra persona; ni saluda. Lo que relato pasa en muchas oficinas públicas, dicen que hasta en entidades municipales. Y yo que creía que como ahí se van a pagar tributos, nos deben pelar el diente.

Obvio no generalizo, pues en todo lado hay gente amable, pero son los inurbanos quienes se dan más a conocer y dañan la imagen de la institución para la que trabajan. A esos se les olvida que se deben al usuario que es quien paga su salario y más bien se creen superiores que pueden tratar a la gente como les da la gana. El público que solicita un servicio merece respeto.

Desde esta columna insto a quienes se sienten agredidos o irrespetados en una entidad o servicio público, a que presente su queja, pues quedarse callado solo sirve para alimentar este flagelo que corroe la correcta funcionalidad de algunas entidades estatales y hasta privadas.

Felicito al servidor que amablemente atiende a la gente y que saluda cálidamente, aspectos fundamentales de la buena educación. Sin lo anterior, lo demás es complementario, pues como reza el adagio popular: aunque la mona se vista de seda, mona se queda. Pero en cambio, si el primate es simpático, al menos nos resulta monísimo.

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